martes, 15 de agosto de 2017

LA FALSA VISIÓN DE PROGRESO

Obras apoteósicas y multimillonarias pueden reñir con el progreso de las naciones.

Una de las prácticas más comunes en los países llamados emergentes, antes conocidos como subdesarrollados o en vías de desarrollo, es la de incurrir en cuantiosos gastos para construir mega estructuras que consumen gran parte de los presupuestos nacionales. Grandes puentes, autopistas, ostentosos coliseos deportivos, edificios de gran tamaño e incluso monumentos gigantescos, están en la lista.

El deseo de ser recordados por la hechura de esas obras parece ser el motivo de los políticos que gobiernan nuestros países. Cada una de ellas, cuya grandeza se mide más en el rédito electoral que en el beneficio de la población, representa un aumento del endeudamiento de los estados; un riesgo para su salud fiscal; y una oportunidad menos de un auténtico progreso.

Aún cuando dichas obras puedan justificarse desde el punto de vista del manejo del dinero público, no garantiza que tal inversión signifique el buen uso de los recursos del estado. Si tan solo los gobernantes de turno decidieran realizar la mitad de las mega obras que hacen y usar el resto del dinero para invertir en acueductos, alcantarillados, protección del medio ambiente, energía limpia e investigación científica, los países darían un salto cualitativo hacia el verdadero progreso. Progreso auténtico que se constata en mejor calidad de la educación, cobertura de salud, generación de empresas locales y puestos de trabajo, servicios públicos eficientes, y gestión de gobierno transparente y honesta.

Frente a esa realidad de falsa visión de progreso, la sociedad debe actuar de manera más decidida. Más que manifestar la insatisfacción con comentarios virulentos por las redes sociales, o convocar a una protesta cuyo efecto morirá al terminar el noticiero de la tarde, la población debe procurar organizarse y participar activamente en la vigilancia del actuar de las autoridades y en la toma de decisiones. Muchos países son víctimas de sus políticos, porque la población no les crítica ni les sigue la pista antes de ser elegidos. Solo cuando están en el cargo público es que se les presta suficiente atención, y el daño ya está hecho.

A menudo decimos que la educación es el motor para la transformación del país y su progreso; pero, ¿quién se ocupa de la educación de los políticos? ¿Quién vigila el actuar de los partidos cuando escogen sus candidatos o negocian acuerdos y alianzas con sus pares? Tenemos grandes deficiencias en el ejercicio democrático. Si el pueblo quiere, realmente, hacer valer la fuerza del sufragio, debe ser más riguroso en su participación en los asuntos públicos y en exigir, realmente, las obras que necesita la comunidad. Cuando se les haga ver a los políticos que invertir en lo que interesa a la población es redituable, entonces el derroche de dinero sin sentido que se hace en algunas mega estructuras, podrá controlarse. Cuando la población tenga clara la visión del auténtico progreso, así mismo la falsa visión de progreso se esfumará.


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