jueves, 24 de septiembre de 2009

Rememorando Oktoberfest 1989

Transcurría el mes de octubre de 1989 cuando la Unión Católica Internacional de la Prensa (UCIP) reunió a centenares de jóvenes periodistas católicos en Ruhpolding, Alemania, pequeño pueblo de Baviera, mientras miles de alemanes orientales burlaban el cerco del Muro de Berlín. Era Oktoberfest, y se multiplicaban los hombres vestidos con sus Leverhosen y las mujeres con sus Dimdl.

Fue la primera convención de la Red de Jóvenes Periodistas, que se convocó dos años antes, en 1987. A través de anuncios en los boletines y periódicos católicos, los periodistas jóvenes de la época nos comunicamos por correo ordinario. No teníamos Internet ni e-mail, mucho menos blackberry. Apenas podíamos comunicarnos por el telefax, y para muchos países del tercer mundo africano o asiático, y algunos latinoamericanos, la única posibilidad era enviar una carta por correo postal. Aún así, casi 400 jóvenes periodistas católicos acudimos a la cita en Ruhpolding.

Recuerdo que fui de los primeros en llegar, porque el vuelo desde mi país, Panamá, me obligaba a llegar un día antes de lo previsto. En aquellos días vivíamos una crisis política muy grave, que tendría su punto culminante dos meses después, con la Invasión de los Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de ese año. Al primero que encontré fue un uruguayo, cuyo nombre ya no recuerdo, en el aeropuerto de Munich. Tuve que esperar varias horas, para que pudieran recogerme junto con él y llevarnos a Ruhpolding. Mientras vagaba por el aeropuerto me llamó la atención un Mercedes Benz 500 convertible, que estaba en exhibición. Pregunté a unos trabajadores por el precio, y me respondieron: noventa mil dólares, yo contesté: ¿sólo eso? Y los hombres me dicen: Si lo puede pagar… En realidad pensé en voz alta, porque en mi país se anunciaba en USD125,000 y me llamó la atención la diferencia en el precio.

Cuando llegué a Ruhpolding, esa noche, me encontré con Joseph Chittilapilly, con quién había cruzado varias cartas. Fue un encuentro muy alegre. Al día siguiente empezaron a llegar los demás jóvenes. Gente de Uganda, Ghana, Centroáfrica, Zimbabwe, Mauritania, Madagascar, Japón, Pakistán, India, Filipinas, China, Polonia, Argentina, México, Estados Unidos, y otros países. Veníamos de más de 60 países a la cita de Ruhpolding. Ese encuentro marcaría la renovación de la UCIP.

Junto a otros 24 jóvenes, yo era de los que había ganado el premio por país. Una manera en que la UCIP reconocía el esfuerzo del periodismo católico joven, y nos facilitaba la participación en la Convención de la Red y el Congreso Mundial. La experiencia fue inolvidable, porque al finalizar el encuentro, los premiados recorrimos Alemania. Visitamos Munich, Bonn, Colonia y Berlín. La visita al santuario mariano de Altoting fue majestuosa. Medio millar de periodistas en procesión alrededor del santuario, con velas en las manos. Lo recuerdo como si fuera hoy. Ese mismo año de 1989 las peregrinaciones a Altoting cumplían 500 años de celebración.

Cuando visitamos el este de Berlín, bajo el dominio de la República Democrática Alemana, no pudimos contener nuestro asombro ante un ambiente tan tenso. Recuerdo que al pasar por el control de migración, uno de los nuestros fue llevado a un cuarto de interrogatorio. Era un joven de la India, Ignatius Gonsalves. Un rato después fue liberado. Cuando regresamos al lado oeste, nos fuimos al muro. Allí, en las riberas del río, reposaban las cruces y las flores en memoria de los que habían sido asesinados por los guardias al intentar cruzarlo. Veíamos sus torres de vigilancia, las alambradas, los perros y las patrullas. Ocho días después de nuestra despedida, caería el Muro de Berlín.

Recuerdo algunos nombres de los participantes: Marco Antonio Piva y Cleide Silva, de Brasil; María Chao y Mery Cheng, de China; Eduardo Baldeón Larrea, Ecuador; Alfredo Fernández, Argentina; Giselle Lefebvre, Estados Unidos; Leticia Soberón, España; Emmanuel Neno, Pakistán; Mutsuo Fukuyama, Japón; Elson Faxina, Brasil; Ashley D’Mello, India; Alejandro Bermúdez, Perú; Honoré Dembélé, Burkina Faso; Noel Castagnette, Islas Mauricio; Andrés Cañizales, Venezuela; Margaret Jephson, Australia; Jean Ignace Manengou, República Centroafricana; y Norma Jean Buencamino, Filipinas. También recuerdo, con mucho cariño, a Bruno Holtz, entonces secretario general de la UCIP; a Jean Marie Bruneau, presidente de la Unión; y a Gunter Mees. A todos ellos, y a otros cuyos nombres no recuerdo, pero sí sus rostros, como si fuera hoy, los llevó en mi memoria y en mi corazón.

Tampoco olvido el almuerzo en la cima de una montaña, a la que accedimos por el teleférico. Allá arriba, luego de la comida en el restaurante del lugar, hicimos una guerra de bolas de nieve. El pico nevado y nuboso contrastaba con el verde y soleado valle abajo. En otro sitio nos ofrecieron la comida típica bávara, entre los platos: alce asado. También participe en la competencia de aserrar troncos. Nunca lo había hecho, pero fui felicitado por los corpulentos alemanes que me animaron a participar. La visita a Salzburgo, igualmente, fue interesante. El personaje que hace de Arzobispo, paseándose por la calle, y la carrera por las largas escalinatas para llegar al castillo donde cenamos. Otros subieron en monorriel, lo que preferiría hacer hoy día si volviera a ir.

De todas las convenciones y los congresos de la UCIP, en los que he participado, Ruhpolding es algo especial. No sólo porque lo viví con la fuerza de la juventud, sino porque es único en la historia de la UCIP. Allí nació la Red de Periodistas Jóvenes, se realizó la Primera Convención, y reunió a tantos periodistas jóvenes de Europa, América, África, Asia, y Oceanía. Fue la caída del Muro y todo lo que significaba. Fuimos de los últimos extranjeros en pasar a Berlín Oriental. Tomamos las últimas fotografías del muro y sus guardias, de la Puerta de Brandeburgo tapiada, y, también, de los que visitamos Bonn como capital federal antes de que le devolviera este título a Berlín.

Hoy puedo decir alegre y orgulloso: ¡Yo estuve en la Primera Convención de la Red de Jóvenes Periodistas! ¡Yo estuve en Ruhpolding 1989!

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Antigua embajada americana

Con este nombre se conoce un edificio en la Avenida Balboa, que albergó la sede diplomática de los Estados Unidos de América, hasta hace poco. So pretexto de ubicar a alguna dependencia estatal, se pretende echarlo abajo y levantar un mamotreto que, supuestamente, será un edificio emblemático en el lugar.

Yo me pregunto: ¿puede construirse un edificio en el mismo lugar, que sea más emblemático que la antigua embajada de los Estados Unidos? La historia que encierra la construcción, tanto en la lucha panameña por el reconocimiento pleno de su soberanía, como por los hechos ocurridos en su interior, con alcance allende nuestras fronteras, lo colocan en un sitial envidiable para ser conservado.

Si no quiere considerarse el valor histórico del edificio, aunque, oficialmente, no haya sido declarado como tal, al menos debe tomarse en cuenta que, junto a la fachada del Hospital Santo Tomás, la casa de la embajada del Reino Unido, y la representación diplomática de Libia, son las únicas cuatro muestras de la arquitectura que una vez caracterizó a la Avenida Balboa. Todas las demás construcciones emblemáticas han sido demolidas, para darle paso a las torres de concreto y de cristal, que poca gracia arquitectónica tienen, y, como todas son parientes, muestran los rasgos genéticos de cuadratura y piquitos rojos que las distinguen.

Variadas son las voces que se alzan a favor de conservar el edificio de la antigua embajada estadounidense, pero al parecer los oídos locos están sordos. Al final, por lo que veo, impondrán su locura, pero no se librarán de la responsabilidad histórica, por asesinar de manera insensata una muestra del patrimonio arquitectónico de La Exposición y Bella Vista, tan vilipendiado en los últimos años, a causa de la ambición desmedida e irracional de quienes, en deleznable demostración de opulencia y poder, imponen su voluntad sobre el querer común.

Otro sitio emblemático que podría desaparecer, o resultar gravemente intervenido, tal como lo hemos conocido hasta ahora, es el Terraplén del Casco Antiguo. Supuestamente, la cinta costera será extendida pasándole por el frente y quitándole el mar. También se llevarán por los cachos al Muelle Fiscal, porque quieren moverlo a otro lugar dentro del área. Como aún no nos muestran una concepción o levantamiento de la obra, concluimos que arrasarán con todo, para rellenar y decorar de manera similar a la cinta costera. Otro asesinato, en que los victimarios se hacen los locos, e invocando su locura, no aceptan ser responsables del crimen aberrante que cometen contra nuestra ciudad.

Si algo de panameño les queda, corrijan el rumbo. Las entidades que quieren ubicar en el nuevo mamotreto “emblemático” de la Avenida Balboa, bien pueden mandarlas a otra parte cercana. Allí tienen, por ejemplo, los terrenos de las Rentas. La conexión con la cinta costera debe respetar el conjunto arquitectónico monumental del Casco Antiguo, en el Terraplén. Se puede construir un nuevo Muelle Fiscal, pero debe conservarse la estructura del actual, para convertirlo en un espacio público y turístico, donde se instalen los artesanos y algunos cafés o restaurantes pequeños. Ojalá, en esto, prime la cordura del sentido nacional sobre la locura del poder.