martes, 6 de marzo de 2018

¿Política o politiquería?

La política es el arte de buscar el bien común a través de acciones y decisiones de los gobernantes o los que pretenden gobernar, fundamentadas en el orden institucional, la ética y el buen manejo de la cosa pública. Así es en esencia, a pesar de las tantas definiciones que se dan de ella. La politiquería, por su parte, es lo opuesto a la política.

Cuando un gobierno, un partido, o un grupo social se compromete a hacer política, lo que busca es el bienestar de la población, nunca lo contrario. Bien ejercida la política es, pues, pieza fundamental para el desarrollo y el progreso de las naciones. Grandes metas pueden alcanzarse con políticos auténticos en su actuar y con políticas claras y definidas en cuanto a la ruta y el método que serán usados para alcanzar las metas que construyan un mejor país y una mejor sociedad.

Pero si los actores políticos dejan de lado la política, para reemplazarla por la politiquería, sus actuaciones devienen en hechos de corrupción que prostituyen el manejo de la cosa pública. La politiquería solo busca satisfacer los intereses de grupo, tanto en la conservación del poder como en el enriquecimiento personal de quienes la practican. La politiquería es una práctica aberrante que se disfraza de política, se justifica en el aparente poder del sufragio, y se envuelve en un manto de legalidad creado a la medida para obtener sus aviesos fines.

El reciente escándalo del manejo de fondos públicos por parte de diputados y representantes de corregimiento, expuesto a la luz por la Contraloría General de la República, es prueba fehaciente de la politiquería que ha reinado en Panamá desde hace décadas. Es el instrumento de dominación del órgano ejecutivo sobre el legislativo, que ha sido utilizado desde la dictadura hasta la actual etapa democrática. Y en el reciente ejemplo se corrobora, sin duda ni empacho, cuál era el precio para que un diputado saltara de partido o apoyara las decisiones del ejecutivo de turno quedándose en su colectivo como diputado rebelde.

Ante tal realidad, es menester una nueva clase de político. De nada vale no reelegirlos, si la matriz de donde salen es una matriz corrupta y podrida. Y esa matriz es la sociedad misma, en general, y los partidos políticos, en particular. Mientras dejemos de hacer el esfuerzo por educar a mejores ciudadanos, a mejores empresarios, a mejores líderes políticos y civiles, seguiremos a merced de la politiquería. Solo habrá cambios y una sociedad nueva cuando tengamos cambios en la población para formar personas nuevas. Necesitamos una revolución moral y ética, una revolución que tienda a formar ciudadanos probos, honestos, respetuosos de la ley y de sí mismos, con valores y principios que sustenten sus actuaciones. Y ese cambio comienza por cada panameño y panameña, en su propia persona, en su hogar, su trabajo y su ambiente social.