sábado, 3 de septiembre de 2011


Partenio

En los últimos años se ha acrecentado el drama de la gente pobre que vive junto al mar.  Clausura de servidumbres, desalojos, compra hostil y despojo de sus propiedades son noticias constantes en los medios de comunicación.  De pobre a millonario y de millonario a pobre.  Así están las cosas.

Hace poco fue sensación el brinco a millonario de un florista.  Y sensación, también, la maraña que esconde la verdad del asunto. Nada hay oculto bajo el sol, por lo que se espera su esclarecimiento: ya sea por la investigación de las autoridades, o por la demostración fehaciente de la legitimidad o no de la transacción.

En otro drama, al extremo oeste del país, Partenio Santos Avendaño vivió y cultivó en un terreno estatal por más de 45 años.  Tiene 73 años de edad y pocas fuerzas le quedan ya para trabajar de sol a sol en las labores del campo.  No sé si califica para el programa de los “100 a los 70”, pero sí para que se le haga justicia.  Hace casi una década fue desalojado del lugar, porque la zona se destinó a un refugio silvestre.  Desde entonces no ha cesado en su reclamo por los derechos posesorios que le asisten.  Partenio, campesino pobre, ve como hoy se levantan lujosas residencias alrededor de su antigua morada y se pregunta: ¿por qué ahora sí se puede construir y vivir allí? 

Contrasta la historia de Partenio con la del vendedor de flores.  Más años en el sitio donde habitaba.  Sembradíos comprobados por décadas.  Casa erigida sobre el terreno, donde formó familia y engendró, crió y educó a sus cuatro hijos.  El terreno donde estableció su hogar, aunque ahora valioso, está lejos de alcanzar los 11 millones de balboas.  Quizá si se consideran las 16 hectáreas que usaba con ánimo de dueño, podría valer más.

El drama de Partenio incluye la destrucción, en varias ocasiones, de la cerca que protegía sus animales.  La enramada que construyó como sitio de solaz fue quemada 17 veces.  Por último, le quemaron el rancho donde vivía.  Quizá si hubiera tenido un quiosco a la orilla del camino, con recibo del IDAAN, su suerte habría sido otra.

La voracidad con la que se negocian los terrenos costeros, desde Panamá Oeste hasta Chiriquí, pasando por las provincias centrales, es insaciable.  Pequeños agricultores, pescadores, y gente pobre de todo género, ve desaparecer sus villorrios y viviendas en un desfile interminable.  Mucha injusticia y poca acción de las autoridades para detener los atropellos y dar, justamente, a cada quien lo que le corresponde.

¿Cuántos Partenio tenemos?  ¿Cuántos dramas como el de él?  ¿Por qué solo el lujo y la opulencia controlan el paisaje de nuestras costas, en algunas regiones del país?  Si algo se pone en evidencia es la imagen de un proyecto estatal inmobiliario, ante el cual la riqueza impera sobre el resto de la sociedad.  Es una visión de desarrollo que margina y atropella a fuerza de dinero.  Millones y millones que son capaces de desalojar personas, rellenar fondo de mar, demeritar el patrimonio histórico y callar voces.

Ojalá se reflexione y se imponga la equidad, para que el mar y las islas la podamos disfrutar todos por igual.