lunes, 12 de octubre de 2020

A 528 años del Descubrimiento de América

 Así como se lee, descubrimiento de América. El hecho es una realidad porque el continente llamado América fue descubierto para el mundo y la civilización aquella madrugada del 12 de octubre de 1492.

El aniversario del arribo de Cristóbal Colón al hemisferio occidental tiene como punto de discusión algunos argumentos que al analizarse concienzudamente, la mayoría de ellos no tienen un fundamento realmente histórico sino ideológico. Cuestiones como: Colón es el causante de los males que padece la población indígena de América; el almirante genovés no descubrió nada porque aquí ya había pobladores a su llegada o porque los vikingos llegaron antes a Terranova; y cientos de millones de aborígenes vivían en paz y armonía hasta que murieron asesinados o contagiados por un montón de enfermedades traídas de Europa. Todos argumentos muy publicitados y hasta tomados literalmente como verdaderos sin escrutarlos debidamente.

Los mitos y leyendas invocados para desvirtuar la hazaña de Colón son variados y han florecido ampliamente durante la segunda mitad del siglo veinte. Los movimientos sociales promovidos desde la concepción ideológica y política del marxismo latinoamericano ha demonizado, sin duda, el propósito del viaje de Cristóbal Colón, con el fin de ganar adeptos entre la población indígena del continente aprovechando el estado de marginación que esta sufre. La consecuencia ha sido que el arraigo de alguna de esas ideas provoque enfrentamientos sociales, algunos violentos, buscando crear el caos que necesita la corriente marxista regional para ganar espacio político y así asaltar el poder con el fin instaurar el régimen revolucionario comunista que, supuestamente, será la solución a todos los males de nuestros países.

La expedición de Colón fue una odisea extraordinaria, solo comparable en el tiempo con la llegada del ser humano a la luna. Cruzar el Océano Atlántico en tres pequeñas embarcaciones, enfrentando momentos de oleajes formidables y la temporada de vientos huracanados durante la travesía, no tiene comparación con hazaña marítima alguna conocida por la civilización occidental. El viaje tenía un propósito comercial con visos de conquista, de acuerdo con el pasaporte dado a Colón y otros documentos de la época que decían, entre otras cosas, que sería nombrado Almirante y Adelantado de las tierras que descubriera. Estaba claro, pues, que el sentido comercial de llegar a Cipango y Catay por una nueva ruta proveería la segunda intención de la travesía: el descubrimiento obligado de nuevas tierras por navegar en busca de un camino desconocido hasta el momento. La motivación de Colón era más mercantil; la de la corona española de expansión de su dominios y el poder político que traía consigo.

Una vez consumado el hecho del encuentro de las culturas europeas y americanas, el 12 de Octubre, comienza un proceso de intercambio, conquista y colonización del nuevo mundo, en el cual las altruistas y bajas pasiones del ser humano se ponen de manifiesto. El europeo, ya sea español, inglés, portugués, francés u holandés, impone su ley a fuerza de un mayor conocimiento tecnológico y militar, con la complicidad de los pueblos indígenas que eran oprimidos por imperios como el inca, el azteca y naciones nativas más fuertes que sometían a tribus y naciones indígenas más débiles y pequeñas. Esa es, fundamentalmente, la forma en que la conquista y posterior colonización de América tuvo lugar, como ocurrió con otras tantas expansiones imperiales en Europa, África, el Medio Oriente y Asia.

Culpar a Colón de las situaciones posteriores a su viaje es injusto y absurdo. Y mucho más cuando se ignora o se olvida que los españoles no fueron los únicos que vinieron a América para conquistarla y colonizarla. La responsabilidad del almirante se limita a los 14 años que transcurrieron entre su primer y cuarto viaje hasta su muerte en 1506. Igual a los actos cometidos como Virrey de La Española, algunos de ellos de dudosa comprobación por lo exagerados y construidos algunos por sus enemigos ávidos, también, de poder y fama. Al fin y al cabo, las nuevas tierras prometían riquezas, alta posición social, poder económico, político y hasta ascenso a la nobleza . Cada uno quería su pedazo del pastel y cada imperio y conquistador debe ser juzgado por sus actos, sin achacárselos al chivo expiatorio de Colón.

A 528 años del Descubrimiento de América, aunque haya quienes prefieran llamarlo de otra forma, sobradas razones hay para pensar que conocerse ambas culturas era un encuentro inevitable. Si no se producía por el lado del Viejo Mundo, tarde o temprano se habría producido por el Nuevo Mundo. Tengamos claridad, entonces, que los males actuales de nuestros hermanos indígenas, con quienes compartimos la herencia genética y cultural de América, al igual los de la población africana traída a estas tierras como esclava, son responsabilidad nuestra desde que cada pueblo americano declaró la independencia de su respectiva corona europea. Durante los últimos 200 años años hemos sido nosotros y solo nosotros los responsables de los males que padecen nuestros pueblos. Buscar cargárselos a Cristóbal Colón es una estupidez. Como igual lo es el decir que antes de su llegada este continente era un paraíso poblado de inocentes individuos que no conocían la guerra, el egoísmo, la envidia o la maldad: eso sería negar la esencia humana misma.

La verdad histórica tenemos que asumirla con sus luces y sus sombras, no borrarla. Nada ganamos con ignorarla, ni con ello cambiamos el estado de marginación y pobreza en la que viven nuestros hermanos indígenas y otros habitantes de nuestros pueblos americanos. El 12 de Octubre debe ser dedicado a recordar nuestro pasado y mirar nuestro presente. Y si el vocablo descubrimiento significa "encuentro o hallazgo de lo desconocido u oculto hasta el momento", redescubramos, a partir de una seria y equilibrada reflexión, nuestra historia integral, y descubramos a través de ello las causas reales de nuestros males, antes de estar culpando en octubre de cada año a quien tuvo el coraje de cruzar el mar en tres pequeñas embarcaciones en sus cuatro viajes, mientras a nuestros gobernantes y líderes les falta ese mismo valor para enfrentar el desafío de hacer progresar a nuestras naciones con justicia, honradez y trabajo duro.

jueves, 8 de octubre de 2020

Los Representantes de Corregimiento deben ser nombrados por los alcaldes

 La función dual de los representantes de corregimiento, como concejales y administradores de las juntas comunales, es un obstáculo para el desempeño democrático de los municipios porque su independencia se ve comprometida al estar sometida a la manipulación política.

Cuando la Constitución de 1972 creó la figura de los representantes de corregimiento la puso como centro del llamado poder popular. Tenía funciones locales administrando las juntas comunales, ejercía el control municipal como concejal, injerencia en los consejos provinciales de coordinación, poder legislativo al integrar parte de sus miembros la asamblea nacional, y escogía o nombraba al presidente de la república. En ese contexto tenía un poder político que, incluso, era superior al de los alcaldes, por ser estos últimos nombrados por la vía administrativa a través del órgano ejecutivo. 

Ante tal estructura de poder, el representante de corregimiento no podía ser sometido por ningún alcalde, porque ellos no solo controlaban el presupuesto municipal sino que, si hacía falta, podían solicitar la remoción de los alcaldes al ejecutivo ya que ellos, reunidos en asamblea nacional, eran la autoridad que nombraba al presidente de la república y, en teoría, también podían destituirlo. Su influencia sobre el presidente y los ministros era muy poderosa, por lo que cada uno en su corregimiento podía conseguir, facilmente, presupuesto para obras comunales y tenían acceso expedito a los funcionarios de jerarquía en el poder ejecutivo.

Luego de la reforma constitucional de 1983, el poder de los representantes de corregimiento vino a menos. Al quitar de sus manos el nombramiento del presidente de la república y al permitirse la elección de los alcaldes por el sufragio directo, las cosas se complicaron para ellos al verse confinados a sus juntas comunales, aunque conservaron su función de concejales. Tal cambio constitucional los convirtió en los funcionarios de menor jerarquía elegidos por el voto popular, en lo que respecta a su cargo como cabeza de las juntas comunales, donde ya no tienen el poder de aprobar sus presupuestos y son opacados por la figura del alcalde que sí cuenta con mando y jurisdicción y goza de mayor respaldo político.

Transcurridos casi 40 años desde la perdida del poder que les daba la constitución de 1972, la experiencia indica que el representante de corregimiento es un funcionario inoperante, incluso como concejal, y su existencia como tal está limitada a mantener un vínculo endeble con la comunidad a través de servicios intermediarios con autoridades superiores y otros más propios de asociaciones benéficas o de cualquier oenegé.

Frente a esa realidad, el cargo de representante de corregimiento sirve más para el reparto de cuota y componenda política que para servir a la comunidad. Al menos en la experiencia actual. Convendría mejor, en una futura reforma constitucional, que tal figura desaparezca del firmamento político y separar la función dual que actualmente ejercen. La administración de la junta comunal, por ejemplo, recaería en un funcionario nombrado por el alcalde del distrito como auxiliar de su gestión. Eso facilitaría la prestación de servicios a la comunidad, porque las respuestas dejarían de estar sujetas a la negociación o la intermediación entre el representante y el alcalde, permitiría un mejor manejo y reparto presupuestario en el municipio, y la gestión de gobierno municipal tendría más eficacia en el manejo ambiental, ornato, sanidad y otros servicios públicos que ahora cada ente -juntas comunales y alcaldías- opera por separado.

En cuanto al cargo de concejal, este sería ejercido por funcionarios de elección popular que solo se dedicarían de manera exclusiva a dicha función, teniendo como único emolumento la dieta correspondiente por cada sesión. Esto permitiría que cualquier persona ejerza dicho cargo, sin detrimento del trabajo o profesión que tenga, dándole al concejal la independencia necesaria en sus actuaciones ya que no tendría que transar o negociar pactos que faciliten su gestión política como representante de corregimiento a cambio de su voto en el Consejo Municipal. 

Panamá tiene que abocarse a provocar un cambio radical en sus instituciones y estructuras políticas, si quiere afianzar el régimen democrático. Uno de esos cambios es la institución municipal, que incluye a las juntas comunales y las figuras de los representantes de corregimiento y los concejales. Fortalecer la gestión de los gobiernos locales es vital para el afianzamiento de la democracia y el desarrollo y progreso del país. Tenemos que liberarnos de las ataduras que nos mantienen prisioneros de un sistema que, en sus deficiencias, en parte es causa de la corrupción política que impide darnos un futuro mejor. Y una de esas ataduras es la actual figura del representante de corregimiento que, al perder su poder original pierde, también, su propia razón de ser y la deja reducida a un cargo que se presta para el negociado, la componenda política y para ser uno de los obstáculos que impide el desarrollo pleno de la institución municipal que está llamada a ser el motor del progreso de la comunidad y del desarrollo del país.