viernes, 27 de agosto de 2010

Obelisco a la ignominia

La tozudez gubernamental de erigir una torre de vidrio, a costa de la destrucción del edificio que albergó la embajada estadounidense en la Avenida Balboa, es un acto irracional, alimentado por el capricho y el ejercicio autoritario del poder.

El cúmulo de excusas para tan insensato plan, son insuficientes para convencernos. Que se necesita lugar para albergar las dependencias gubernamentales dispersas, no se discute. La pregunta es: ¿Acaso no hay otro sitio para construir el rascacielos que pretenden? Allí tienen el terreno de la Dirección Metropolitana de Aseo (Dimaud), en Carrasquilla, y los lotes adyacentes que ocupan unas instalaciones del Ministerio de Obras Públicas y del Idaan. Es un espacio más grande y céntrico, que le daría mayor valor al área y podría crear un espacio abierto alrededor de la edificación. ¿Qué quieren vista al mar y estar cerca de la Avenida Balboa? Pues, aquí está el capricho.

Si insisten en su necedad, al menos integren el edificio de la antigua embajada a la nueva construcción. Podría servir de fachada principal para la nueva construcción y de albergue, en la planta baja y el mezzanine, para un museo o centro cultural, que le hable al mundo de las relaciones de Panamá con los Estados Unidos, durante el siglo y medio que influyeron gravemente sobre nuestra vida nacional. Desde el ferrocarril transístmico hasta el Canal de Panamá, podríamos exhibir documentos, piezas y otros objetos históricos sobre el tema; eso sin contar con aquellos asuntos políticos que incidieron en la región, y que probablemente se fraguaron desde la Embajada de los Estados Unidos en Panamá.

Para mí, a no ser el capricho, no existe razón valedera para demoler el edificio en cuestión. Si se reemplaza por la obra proyectada, la torre de cristal, hierro y concreto que se planea, se constituirá en un obelisco a la ignominia, y la historia se lo recordará eternamente a sus gestores y sus descendientes.

Ignoro si hay una cabeza sensata entre los que promueven la construcción del ignominioso obelisco, pero, si la hubiera, ojalá insistiera en consensuar la posición de los conservacionistas y los destruccionistas. Si algo ha demostrado el actual gobierno, es que sus obras caprichosas las impone pese a la oposición de la comunidad. Como lo más probable es que construyan el obelisco a la ignominia, al menos que la cabeza sensata, si existe entre ellos, convenza a los necios de integrar la nueva obra al edificio ya existente, y que muchos clamamos por que no sea destruido.

Un obelisco a la ignominia, como el que se pretende, difícilmente sobrevivirá el tiempo. Como nació de la ambición financiera y del capricho político el poder, otro, algún día, lo echará a tierra por las mismas razones. Quizá hasta mude las dependencias oficiales que hoy sirven como excusa para levantarlo. Pero, si se le quiere dar más valor y darle carácter para el tiempo y la historia, entonces, conviene integrarlo al monumento arquitectónico que representa la edificación que ahora está en pie en ese lugar. La pregunta que queda es: ¿Tendrán la astucia y la inteligencia para comprender que incorporándolo al obelisco de la ignominia, preservarán parte de nuestra historia y se saldrán, al fin y al cabo, con la suya?