jueves, 21 de enero de 2010

Francisco de Sales, patrono de los periodistas

Los periodistas y escritores católicos tenemos como santo patrono a san Francisco de Sales, sacerdote y obispo que vivió entre 1567 y 1622. Hombre erudito, humilde, amable, austero, pero, sobre todo, hombre de fe.

Su celo por las cosas de Dios lo llevó a redactar unas hojas a mano, conocidas como “Controversias”, en las que exponía las verdades de la fe y refutaba las ideas calvinistas logrando convertir a los pobladores de Chablais. Todo con la amabilidad y la paciencia que le caracterizaban. Francisco de Sales tenía una forma muy particular de expresarse en sus escritos. Resumió esta labor a Juana de Chantal con esta frase: “Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar a los herejes es el amor, aún sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas”.

Al tener como ejemplo de virtud a san Francisco de Sales, los periodistas católicos somos llamados a imitar su forma de comunicar, celosa en la búsqueda de la verdad, con amabilidad y amor en el lenguaje, pero con la firme convicción de propagar la fe con nuestros escritos.

Desde esa perspectiva de Francisco de Sales, resulta imposible no comunicar a Cristo ni al Magisterio de la Iglesia. Somos, en cierta medida, lo que comunicamos. Ello nos lleva a preguntarnos: ¿qué estamos comunicando hoy? Y es fácil apuntar hacia otros medios, porque usualmente nuestra mirada se dirige fuera de nosotros mismos. El asunto está en echar una mirada introspectiva, para saber qué comunico como periodista o escritor católico. Los otros hacen su trabajo, y es abundante. Pero el comunicador católico debe estar consciente que nuestra palabra es como el fermento o la sal, que no necesita saturar sino poner sabor a la gran masa de la comunicación actual.

Vivimos en un mundo que comunica a través de muchos medios. Que ha superado el concepto tradicional de los diarios, la radio y la televisión. Estamos inmersos en una sociedad donde los medios son masivos, y a la vez selectivos. Televisión por cable, con canales dedicados a una programación específica; televisión digital en la que se escoge el programa a voluntad; redes sociales abiertas o cerradas, que comunican ideas de interés común para los miembros. Es un mundo globalizado, que a la vez integra, en pequeñas comunidades virtuales, a tantas personas como temas e intereses las unan.

Si tuviéramos que redactar aquellas hojas de san Francisco de Sales, para llevarlas casa por casa, en un vecindario o pueblo, tendríamos que sumergirnos en estos “nuevos areópagos” que constituyen las redes sociales y los medios modernos. Ningún periodista o escritor católico debe marginarse de estas nuevas formas de comunicar, porque sería renunciar a nuestro compromiso de evangelizar y salar o fermentar un mundo de comunicaciones, que necesita a gritos de la iluminación de la fe cristiana.
En esta fiesta de nuestro santo patrono, san Francisco de Sales, el desafío está en redescubrir sus virtudes de comunicador de la verdad, y procurar el “aggiornamento” de aquello que adornó un día a este santo.

viernes, 8 de enero de 2010

¿Invasión o liberación?

El 9 de enero se cumplen 20 años de la Misa Campal que oficiara el entonces Arzobispo de Panamá, monseñor Marcos Gregorio McGrath, para conmemorar la Gesta del 9 de Enero de 1964 y por el sufragio de los muertos en la Invasión del 20 de diciembre de 1989.

Aquella mañana nos congregamos cientos de fieles en la Vía Ricardo J. Alfaro, cerca del centro comercial El Dorado, próximo a Fuerte Clayton, principal cuartel de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. A 20 días de la intervención norteamericana, con las tropas invasoras rondando por todas partes, le desaconsejaban al Arzobispo McGrath a realizar aquella concentración. Nos reunió a un grupo de sus colaboradores más cercanos, y nos comunicó su deseo de llevar adelante ese acto. La razón principal, y por la que, también, se aconsejaba no realizarlo, era que no podíamos pasar por alto el recuerdo del 9 de Enero. La mayoría, de forma abrumadora, decidimos acuerpar la intención del Arzobispo. Y así se hizo.

El pueblo católico fue convocado, y respondió masivamente, en medio de la ocupación militar extranjera. Se calculó, en aquel momento, que alrededor de 5,000 personas acudieron al llamado. En un ambiente que aún mostraba los efectos de la Invasión, particularmente el “Saqueo”, se celebró la Misa. A excepción de la feligresía católica, ninguna institución u organización asumió la responsabilidad patriótica e histórica de la conmemoración del 9 de Enero. Ni siquiera la combativa izquierda del país, que prefirió guardar distancia y no arriesgarse. Esos, que por años se habían tomado el 9 de Enero para sí, ahora lo pasaban por alto por mera conveniencia.

Durante su homilía, monseñor McGrath habló de los muertos, de la reconciliación y la reconstrucción del país, de la justicia y la democracia, y, por supuesto, del significado del 9 de Enero. En su conclusión, el Arzobispo McGrath aludió al recuerdo futuro, en nuestra historia, de la Invasión, como si fuera más una liberación, salvaguardando nuestra libertad y nuestra soberanía. La frase fue sacada de contexto por una agencia de noticias, y nunca fue corregida. Desde entonces, ha quedado la polémica entre Invasión o liberación. Hago constar que personalmente llevé el texto de la homilía a las agencias de noticia y a los medios de comunicación, una vez terminada la Misa Campal. Pedimos la corrección inmediata y, unos días después, la reiteramos. Fue infructuoso. A partir de allí, se opina y condena, según el cristal con que cada crítico mira.

Cito, para beneficio de los lectores, el párrafo completo de la parte de aquella homilía de 9 de enero de 1990: “Recordemos en este momento a los fallecidos durante los eventos de estos días: panameños, norteamericanos, civiles y militares. ¡Que descansen en paz! ¡Que su sacrificio no haya sido en vano! Que la presencia militar extranjera en nuestro suelo en estos momentos sea recordada por la historia más como una liberación; que en nada restrinja ni disminuya para el futuro todos los atributos propios de la libertad y soberanía de Panamá, en todo su territorio; y que dé lugar a la pacífica y justa relación entre Panamá y los Estados Unidos, en el consorcio de los demás pueblos del mundo y sobre todo de las Américas.”