lunes, 22 de junio de 2009

La esperanza de cambio

A pocos días de la transmisión de mando gubernamental, el pueblo espera el anhelado cambio que, lustro tras lustro, se le promete y no llega. Yo también espero que las cosas cambien, aunque mi optimismo, en este caso, no es tan grande, por lo que he visto antes y después de las elecciones.

En los años de lucha contra la dictadura, una cosa estuvo clara en cuanto al cambio: recobrar la democracia. Después de la invasión, salvo el compromiso plasmado en la Agenda de Reconstrucción Civilista, el concepto de cambio da tumbos aquí, allá y acullá. Cada candidato tiene su propia concepción del cambio que debe producirse en el país. No hay unidad de criterio en este tema. Pareciera que estamos ante la encrucijada del cambio que quiere el partido que gana, y el cambio que anhela el pueblo.

Tanto en la década pasada como en la que transcurre, los esfuerzos por lograr el consenso por el cambio se han malogrado. Los encuentros de Bambito, Coronado, y la reciente Concertación Nacional, se han disipado como el humo. Del fuego que encendió el entusiasmo por darnos un plan de desarrollo nacional, sólo queda la añoranza.

Si algún cambio se produce dependerá, mas bien, de la iniciativa de algún funcionario o funcionaria, que maneje con seriedad y dedicación aquella parcela política que se le confíe. En las manos de esas personas estará la posibilidad real de cambiar las cosas; pero, como sabemos, no todos los designados son aptos para asumir el reto de gobernar el país.

Otro elemento que me hace dudar de un cambio radical es la población nuestra, que poco se interesa por hacer la diferencia en la vida nacional, porque no se convence que el punto de partida es la propia persona y su entorno cercano. Nos hemos dejado vencer por la mentalidad dependiente, que nos impulsa a esperar el cambio desde afuera de nuestro entorno, o de la mano de la autoridad. Ninguna propuesta al respecto he visto en el discurso de los nuevos gobernantes, y así no vamos a ningún sitio, lo que augura que nos quedaremos como estamos.

Hace poco me preguntaban unos colegas sobre mi expectativa en la gestión del nuevo gobierno. Les respondí que no veía cambio inminente, porque los elegidos poco o nada de diferente demuestran hasta ahora con respecto a los que se van.

¿Quiere usted saber como será la gestión de los nuevos funcionarios? Visite sus casas y sus negocios. Así como hacen con su hogar y sus empresas, también harán con el cargo que se les confíe. Si la casa está descuidada y es un desorden, la institución que tenga a su cargo correrá la misma suerte. Y si sus negocios andan manga por hombro, el personal infeliz por el trato que recibe, y la atención al público es pobre y de mala gana, igual sucederá con la parte del gobierno que le toca controlar.

Da pena decirlo, pero eso es lo que veo en el horizonte. La esperanza de cambio está en nosotros, como personas y como sociedad, y no esperemos que un político haga se cambio por nosotros. Todos a una, si lo queremos lograr, desde la posición que tenemos, porque: los gobiernos pasan, y los pueblos quedan.

martes, 16 de junio de 2009

Quien tenga oídos, que oiga

Resulta asombroso el planteamiento de algunas personas que achacan a la Iglesia Católica la incidencia o el aumento del VIH/SIDA, porque sus argumentos no encajan en lo razonable. Lo único evidente es su animadversión hacia el catolicismo, no así su seriedad en cuanto al tratamiento del tema.

La argumentación principal de aquellas es el rechazo de la Iglesia al uso del condón, y mezclan el contagio con el control natal. Fuera de su ataque y falsa acusación, poco o nada aportan para demostrar la validez de su argumento. El ejemplo más reciente es la visita del Papa al continente africano, en la que la referencia al tema vino a ser uno de los tantos puntos que el Santo Padre tocó en sus declaraciones a la prensa y sus discursos. De la gran cantidad de problemas que sufre África, y a los que hizo referencia el Sumo Pontífice, sólo las palabras que dijo en el vuelo hacia tierras africanas ocuparon, por varias semanas, la atención de los medios de comunicación y de algunos gobiernos; entre ellos los que, con su política económica, son actores en la pauperización de los pueblos africanos.

En los inmerecidos ataques a la Iglesia hay cosas tan absurdas como decir que si Lugo, presidente paraguayo, hubiera usado condón, no habría embarazado a varias mujeres. Según los que así piensan, la causa de ese asunto es la oposición de la Iglesia al uso del condón. ¡Que ridiculez! Acaso no ven que el asunto fue con varias mujeres, que se inició cuando la mayoría de ellas era menor de edad, y que el perpetrador tenía el suficiente nivel de instrucción para saber cómo se reproduce el ser humano. Aquí, por mucho que lo quieran decir, el caso no se da por el uso o no del condón, sino por la actitud de Lugo.

Otro caso que se menciona, porque está de moda, es el del padre Alberto Cutié. En este ejemplo, además del ataque al celibato, se suma su salto a las toldas episcopalianas. Según los detractores de la Iglesia Católica, el celibato empuja a la feligresía a cambiar de religión. La realidad es otra: ninguna de las iglesias cristianas ecuménicas, que liberan del voto del celibato a sus ministros, ha visto aumentar significativamente su membresía porque no se exige ser célibe, porque ordena mujeres como sacerdotes u obispos, porque no condena el uso del condón, o porque ordena ministros homosexuales. El argumento, ante esta realidad, se derrumba.

Como dato adicional, el paso del padre Alberto implica a uno solo frente al hecho. Cuando la Iglesia Episcopal decidió darle el orden episcopal, a las mujeres, alrededor de 400 de sus sacerdotes pidieron ingresar a la Iglesia Católica; cuando ordenaron un obispo homosexual, cerca de 11 de sus obispos y 700 sacerdotes de esa denominación pidieron cambiarse a la Iglesia Católica.

Frente a los ataques que recibe la Iglesia, nuestro discernimiento debe ser mayor. Con el cuento de lo moderno, sus detractores intentan confundirnos. No somos una empresa que depende de la cuota de participación de mercado, para cambiar constantemente el producto. Nuestra prédica es una, y basta que haya 2 ó 3 reunidos en el nombre de Jesucristo, para que la Iglesia exista. Y una cosa está clara: los que adversan a la Iglesia Católica tienen ojos y no ven; oídos y no oyen. Quien tenga ojos, pues, que vea; quien tenga oídos, que oiga.

viernes, 5 de junio de 2009

Las raíces de la corrupción

Dice el refrán que el poder corrompe y que todo hombre tiene su precio. Resultan ciertas esas palabras, pero no es lo único que corrompe al ser humano. La mayoría de los corruptos, ningún poder significativo detenta. La corrupción, entonces, tiene otras raíces.

La corruptibilidad humana está ligada al provecho que podemos sacar de hechos y situaciones, se traduzca o no en dinero. El denominador común es el camino fácil, para obtener lo que costaría más esfuerzo lograr. Veamos algunos ejemplos:

En las calles y avenidas un número importante de conductores hace giros prohibidos, a pesar de las señales de tránsito. Otros se colocan en el carril de giro a la derecha, para seguir de frente, sin inmutarse ante la protesta a bocinazos del que viene detrás. El cara dura se queda allí, bloqueando el paso, sin empacho alguno.

Un grupo de individuos se apodera de una zona aledaña a un sitio muy concurrido, se instala en el lugar, y decide cobrar por el servicio de “bien cuidao”. La mayoría de los “clientes” no tiene más remedio que ceder al chantaje, so riesgo de daño a su vehículo, ultraje o maltrato a su persona.

A casa llega un niño con un artículo, que, evidentemente no es de él ni le han dado en casa. Al preguntarle sobre su procedencia, si es que le preguntan, dice que se lo encontró. Allí queda todo. Con más frecuencia seguirá encontrándose cosas, hasta convertirse en un mozalbete dichoso, que hoy se encuentra un televisor, mañana un fajo de dinero, y más adelante una pistola. Como la mayoría en casa se beneficia de la “buena suerte” del muchacho, ya ni le interesa preguntarle de donde provienen los objetos.

También casos similares ocurren en las oficinas, las que se convierten en proveedoras de lápices, bolígrafos, resmas de papel, fotocopias, y cualquier otra cosa que, entre pellizcos y pequeñas cantidades, van a satisfacer las necesidades de estudiantes, asociaciones, amigos y otros necesitados de tales bienes.

Muchas de esas actitudes crean la cultura de la corrupción. Lo que parece insignificante, se convierte en algo grande. Si pudiéramos rastrear el currículo de los políticos, en ese sentido, nos daríamos cuenta que su escuela de corrupción ha sido aquello que considera “normal” en su vida, en su familia, en su trabajo, y en su círculo de amigos y copartidarios.

Por todos los lados la sociedad es atacada por la corrupción. El escandaloso que llega al estacionamiento del condominio con su carro ruidoso, o su aparato de música. El vecino bullanguero que desde su casa mortifica al resto, con el ruido excesivo. Aquel que lava su carro y deja la manguera chorreando, inundando el portal ajeno. El que se estaciona donde no debe, o lo hace ocupando dos lugares, o bloquea el paso a otro.
Todos esos son signos de corrupción moral, que después llevan a males peores. Allí, en esas prácticas, están hincadas las raíces de la corrupción social que padecemos. Si no la erradicamos, desde las estructuras privada, civil y política, la corrupción seguirá gozando de buena salud.