Partenio
En los últimos años se ha acrecentado el drama de la
gente pobre que vive junto al mar.
Clausura de servidumbres, desalojos, compra hostil y despojo de sus
propiedades son noticias constantes en los medios de comunicación. De pobre a millonario y de millonario a
pobre. Así están las cosas.
Hace poco fue sensación el brinco a millonario de un
florista. Y sensación, también, la
maraña que esconde la verdad del asunto. Nada hay oculto bajo el sol, por lo
que se espera su esclarecimiento: ya sea por la investigación de las
autoridades, o por la demostración fehaciente de la legitimidad o no de la
transacción.
En otro drama, al extremo oeste del país, Partenio Santos Avendaño vivió y cultivó en un
terreno estatal por más de 45 años.
Tiene 73 años de edad y pocas fuerzas le quedan ya para trabajar de sol
a sol en las labores del campo. No sé si
califica para el programa de los “100 a los 70”, pero sí para que se le haga
justicia. Hace casi una
década fue desalojado del lugar, porque la zona se destinó a un refugio
silvestre. Desde entonces no ha cesado
en su reclamo por los derechos posesorios que le asisten.
Partenio, campesino pobre, ve como hoy se levantan lujosas residencias
alrededor de su antigua morada y se pregunta: ¿por qué ahora sí se puede construir
y vivir allí?
Contrasta la historia de Partenio con la del
vendedor de flores. Más años en el sitio
donde habitaba. Sembradíos comprobados
por décadas. Casa erigida sobre el
terreno, donde formó familia y engendró, crió y educó a sus cuatro hijos. El terreno donde estableció su hogar, aunque ahora valioso, está lejos
de alcanzar los 11 millones de balboas.
Quizá si se consideran las 16 hectáreas que usaba con ánimo de dueño,
podría valer más.
El drama de Partenio incluye la destrucción, en
varias ocasiones, de la cerca que protegía sus animales. La enramada que construyó como sitio de solaz
fue quemada 17 veces. Por último, le
quemaron el rancho donde vivía. Quizá si
hubiera tenido un quiosco a la orilla del camino, con recibo del IDAAN, su
suerte habría sido otra.
La voracidad con la que se negocian los terrenos
costeros, desde Panamá Oeste hasta Chiriquí, pasando por las provincias
centrales, es insaciable. Pequeños
agricultores, pescadores, y gente pobre de todo género, ve desaparecer sus
villorrios y viviendas en un desfile interminable. Mucha injusticia y poca acción de las
autoridades para detener los atropellos y dar, justamente, a cada quien lo que
le corresponde.
¿Cuántos Partenio tenemos? ¿Cuántos dramas como el de él? ¿Por qué solo el lujo y la opulencia controlan el paisaje de nuestras costas, en algunas regiones del país? Si algo se pone en evidencia es la imagen de
un proyecto estatal inmobiliario, ante el cual la riqueza impera sobre el
resto de la sociedad. Es una visión de
desarrollo que margina y atropella a fuerza de dinero. Millones y millones que son capaces de
desalojar personas, rellenar fondo de mar, demeritar el patrimonio histórico y
callar voces.
Ojalá se reflexione y se imponga la equidad, para
que el mar y las islas la podamos disfrutar todos por igual.