viernes, 5 de junio de 2009

Las raíces de la corrupción

Dice el refrán que el poder corrompe y que todo hombre tiene su precio. Resultan ciertas esas palabras, pero no es lo único que corrompe al ser humano. La mayoría de los corruptos, ningún poder significativo detenta. La corrupción, entonces, tiene otras raíces.

La corruptibilidad humana está ligada al provecho que podemos sacar de hechos y situaciones, se traduzca o no en dinero. El denominador común es el camino fácil, para obtener lo que costaría más esfuerzo lograr. Veamos algunos ejemplos:

En las calles y avenidas un número importante de conductores hace giros prohibidos, a pesar de las señales de tránsito. Otros se colocan en el carril de giro a la derecha, para seguir de frente, sin inmutarse ante la protesta a bocinazos del que viene detrás. El cara dura se queda allí, bloqueando el paso, sin empacho alguno.

Un grupo de individuos se apodera de una zona aledaña a un sitio muy concurrido, se instala en el lugar, y decide cobrar por el servicio de “bien cuidao”. La mayoría de los “clientes” no tiene más remedio que ceder al chantaje, so riesgo de daño a su vehículo, ultraje o maltrato a su persona.

A casa llega un niño con un artículo, que, evidentemente no es de él ni le han dado en casa. Al preguntarle sobre su procedencia, si es que le preguntan, dice que se lo encontró. Allí queda todo. Con más frecuencia seguirá encontrándose cosas, hasta convertirse en un mozalbete dichoso, que hoy se encuentra un televisor, mañana un fajo de dinero, y más adelante una pistola. Como la mayoría en casa se beneficia de la “buena suerte” del muchacho, ya ni le interesa preguntarle de donde provienen los objetos.

También casos similares ocurren en las oficinas, las que se convierten en proveedoras de lápices, bolígrafos, resmas de papel, fotocopias, y cualquier otra cosa que, entre pellizcos y pequeñas cantidades, van a satisfacer las necesidades de estudiantes, asociaciones, amigos y otros necesitados de tales bienes.

Muchas de esas actitudes crean la cultura de la corrupción. Lo que parece insignificante, se convierte en algo grande. Si pudiéramos rastrear el currículo de los políticos, en ese sentido, nos daríamos cuenta que su escuela de corrupción ha sido aquello que considera “normal” en su vida, en su familia, en su trabajo, y en su círculo de amigos y copartidarios.

Por todos los lados la sociedad es atacada por la corrupción. El escandaloso que llega al estacionamiento del condominio con su carro ruidoso, o su aparato de música. El vecino bullanguero que desde su casa mortifica al resto, con el ruido excesivo. Aquel que lava su carro y deja la manguera chorreando, inundando el portal ajeno. El que se estaciona donde no debe, o lo hace ocupando dos lugares, o bloquea el paso a otro.
Todos esos son signos de corrupción moral, que después llevan a males peores. Allí, en esas prácticas, están hincadas las raíces de la corrupción social que padecemos. Si no la erradicamos, desde las estructuras privada, civil y política, la corrupción seguirá gozando de buena salud.

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