lunes, 20 de julio de 2009

Apolo XI en la Luna

Hace 40 años yo era un niño pequeño. Apenas dejaba la escuela primaria. La gran noticia de aquel año de 1969 fue el alunizaje del Apolo XI. Me asombraba ver aquella transmisión vía satélite de la TV; la primera que veía en mi vida. Los astronautas dando saltitos en la superficie lunar, cual muñequitos de juguete. La hazaña más asombrosa desde el viaje de Cristóbal Colón 477 años antes.

Neil Armstrong: jamás se me olvidó ese nombre. Yo era un niño precoz en el saber, por lo que el tema me tenía ensimismado. Unos meses antes, mientras la maestra explicaba la fotosíntesis del agua, yo me atreví a hablarle a mi clase de las células fotoeléctricas y el rayo láser. No existía la internet. Ni soñarla. Sólo libros y diccionarios, o folletos en la escuálida biblioteca escolar. Sin embargo, ya estaba yo familiarizado con el cohete Saturno V, el proyecto Géminis, las naves Apolo, y algunas cosas más antiguas de ese momento como el satélite artificial Telstar, en cuyo desarrolló trabajó el esposo de una de las hijas de mi fallecida tía Delicia.

A pesar de gustarme la ciencia, eso no era lo mío. Lo descubriría un par de años después. Mi pasión: el periodismo. Aquel gusanillo explorador de información era lo que me hacía devorar periódicos, revistas, boletines, y pegarme a los noticieros de aquella pantalla en blanco y negro, o monocromática, si se le quiere decir con caché, que constituía la televisión de entonces.

El hombre en la Luna, posándose en el Mar de la Tranquilidad a bordo del módulo lunar, que se destetaba del módulo de comando. Tres hombres: Armstrong, Buzz Aldrin, y Michael Collins. Los representantes de la raza humana en el mundo lunar. Con ese viaje se acabó aquello que la Luna era de queso, que había extraños seres habitando en ella, y algunas cosas más. Lo único que ha sobrevivido a esa aventura: la Luna de Miel. Lo demás sucumbió.

No olvidaré aquel 20 de julio de 1969. Me apresuré a salir de la escuela, para pegarme al televisor. Millones de personas alrededor del mundo fueron protagonistas, a través de la pantalla chica. De haber existido el chat, hasta nos habrían cobrado las televisoras por enviarle saludos a los astronautas. ¡Qué negociado hubiera sido!

La vuelta a la Tierra no fue menos espectacular. Otra transmisión por TV. La espera que atravesarán la zona de silencio, donde podían perderse devorados por el fuego al entrar a la atmósfera. Cuando lograron transmitir, el regocijo fue grande. Las cámaras enfocaron aquel puntito en el cielo; los paracaídas se abrieron; y la cápsula amarizó. No recuerdo ahora si fue esa la que cayó de cabeza, o fue en otra misión del programa Apolo. La emoción se centró en el rescate. Los buzos se lanzaron desde el helicóptero y abrieron la escotilla. Los astronautas salieron y fueron subidos a bordo del portaaviones. Los metieron en una cámara especial, para evitar cualquier tipo de virus o elemento extraño que pudieran haber traído a la Tierra.

Con el tiempo se exhibieron los objetos que trajeron, principalmente las muestras de roca lunar. Años después supimos que la bandera que sembraron se quemó en el despegue del módulo lunar, algunas otras cosas que estaban alrededor. Como dijera Neil Armstrong desde la Luna: fue un pequeño salto para el hombre, y un gran paso para la humanidad.

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